Por Diego Leandro Marín
Ossa
leandro73@utp.edu.co
Proefesro auxiliar en la Universidad Tecnológica de Pereira
Escuela de Español y Comunicación Audiovisual
Proefesro auxiliar en la Universidad Tecnológica de Pereira
Escuela de Español y Comunicación Audiovisual
El lenguaje oral y gestual del reality
tiene un poder de encantamiento singular que alimenta las pasiones de
concursantes y espectadores. Basado en un trucaje y el abuso de la
especulación, semejante en cierta medida al sector financiero que genera
angustias de otra índole, los programas de este tipo se diseñan bajo la
premisa de suministrar pequeñas dosis de resentimiento, frustración y
miseria protagonizada por un padre que anhela pagar la cirugía de su
hijo, una madre soltera que sueña con ser estrella de la pantalla chica o
un joven campesino que no sabe leer y se aprende las canciones de
memoria para competir en la noche de gala. Además en cada capítulo, nos
encontramos con una que otra sorpresa, estrategias para “capturar” a la
audiencia, mucha luz moviéndose por todos lados y una asesoría
especializada en mercadeo y comunicación que garantice el éxito rotundo
en los nichos de mercado establecidos con antelación.
Que el reality es una
manifestación del aburrimiento, el mal gusto y el desencanto estoy de
acuerdo. Pero también es una alternativa de quien halla placer en perder
el tiempo, chismosear y “sacarle el cuerpo” a la reflexión, a la
trascendencia. Habrá incluso quien encuentre placentero mirar este tipo
de programas para tratar de comprender qué está pasando con los sueños
de la gente común y corriente, a dónde van las ilusiones y entretenerse
con la vida rosa de otros más “afortunados” que el desdichado
espectador. Y también enterarse qué hace ante las cámaras el extraño, el
vecino o el pariente para salir de las dificultades que le puso en el
camino la vida. Eso también es cierto.
Pero el asunto no se reduce a identificar
las virtudes de dichos productos audiovisuales, o los propósitos
ideológicos disfrazados en el empaque de beneficencia en el que se
envuelven estos programas.
Para analizar este fenómeno mediático es
necesario contemplar ciertos aspectos que hoy en día no se pueden pasar
por alto, no a la hora de “digerir” estos productos audiovisuales que no
sólo son complejos de abarcar en el análisis de su consumo, sino que
además se presentan como una mercancía que se produce, circula y se
recepciona, influyendo incluso en las variadas formas de interacción
social en la ciudad, como en los diversos espacios en que se concreta y
se diluyen las maneras de comunicarse.
En el reality la intimidad es la
mercancía. Gracias al conocimiento previo de la vida privada de los
participantes, el televidente encuentra cierta identificación ante la
pantalla. En el momento decisivo, el gesto del amenazado conecta al
espectador con su angustia, el brillo en la mirada penetra hasta el
lugar más hondo de su mente donde se sortean los anhelos reprimidos
durante mucho tiempo.
Un silencio y el participante piensa de qué
manera responder ante el jurado. Gotas de sudor invaden los rostros,
muchas sonrisas prefabricadas y el ritmo respiratorio termina siendo
compartido dentro y fuera del televisor, en la tarima y en la sala de la
casa.
Frente a frente, cara a cara, el espectador
y el amenazado se conectan. El simulacro comienza. En su interior ambos
monologan, planean qué podrían hacer con tanto dinero y fama. Juegan al
rey y al mendigo. Salvan en su ensueño la economía raquítica de sus
familiares, pasean por el mundo entero y en pocos segundos de fantasía
regresan, uno al escenario y el otro a la sala. Allí se decidirá el
futuro de los dos.
En ese sentido, lo de menos en el reality
es juzgar la técnica del baile, el canto o la actuación. Aunque cada
día en la oficina, la buseta, el colegio o la universidad todos los
espectadores resuelvan “especular”, lanzar conjeturas sobre tal o cual
participante quien merece continuar luchando por el primer lugar, lo más
importante siempre es el triunfo simbólico de televidentes y
participantes, en el sitio virtual donde se realizan sus ilusiones.
No importa si el amenazado gana o pierde
siempre y cuando le haya entregado al público el intento heroico por
alcanzar el éxito. La cumbre desde la que pocos se asoman para mirar un
horizonte promisorio.
Todo sea por la ilusión, esa manera ajena
de soñar que otro ser es afortunado porque gana lo que se considera que
nunca va a llegar a nuestra vida. Aquello que en ese momento se
presiente lejano, digno de un ser superior.
En esta dimensión tan dramática se pierden
el tiempo, la razón y la intuición, el lugar es ocupado por el deseo. De
allí la facilidad que experimenta el televidente al identificarse con
las situaciones que se presentan en el programa y la dificultad de
tomar distancia para razonar.
La imagen audiovisual que influye en el
cuerpo y la palabra de quienes participan en el reality encanta
al espectador y lo arroja a su destino de soñador. Este tipo de
programas no están hechos para pensar, están pensados para sonar. El
problema aparece cuando en su ensoñación, en su evocación el
participante y el espectador no encuentran salida material o simbólica
ante sus dificultades, o si lo hacen la visualizan estrecha. Si el
participante es eliminado el espectador es derrotado. Entonces la
tragedia es más intensa pues queda una lección: los sueños no se cumplen
de una manera tan fácil, hay que lucharlos y cada vez van a estar más
lejanos. Es preciso ser mejores.
Otra cosa es si ante la promesa de un
mañana mejor se abre una puerta de posibilidades ante sus sentidos y
ambos encuentran en el triunfo, los quince minutos de fama a los que
cualquier mortal tiene derecho como lo decía Andy Warhol. Después de
aquellos instantes decisivos en que peligra el éxito, la victoria y la
fortuna tanto para amenazados como para espectadores. Luego de haber
contemplado entre chismes y bromas la suerte de los participantes, para
los espectadores llega el espectáculo de la realidad. Para todos y cada
uno de quienes contemplaron con pasión enconada, cinismo y desdeño el
programa.
De manera simbólica, el baile y la
actuación siguen ahora en la oficina, la buseta, el colegio o la
universidad. Es necesario tener cuidado pues “el jurado” que en este
caso toma forma en las variadas expresiones del poder está listo todos
los días para eliminar a unos cuantos, ya sea por talento y convivencia,
sean estas en exceso o en defecto.
Los espectadores que hayan conseguido
identificar la estrategia para llegar al final de su destino con éxito y
cumplir la misión encomendada son los que triunfan. La competencia es
para los más fuertes en la constante lucha de las especies por
sobrevivir. Elogios, una sonrisa, el brillo en la mirada y el empaque
servirán como aderezo. Han de seleccionarse bien las palabras y los
gestos. Todo puede ser usado a favor o en su contra.
El reality se traslada a “la vida
rea”, deja de ser un lugar donde se premia el talento y se convierte en
un sitio donde se castigan la honestidad y la iniciativa.
Esto motiva el análisis del lenguaje del reality
en el contexto del público, la influencia en el comportamiento del
espectador y la apropiación simbólica de dicha realidad. Para ello la
pregunta por el sentido es fundamental, vale interrogar ¿qué lleva a un
grupo de personas a publicar sus problemas privados en televisión?,
¿porqué la gente busca fama y reconocimiento en un concurso que
involucra sus pasiones más secretas?, ¿qué no encuentra la gente en las
instituciones educativas, los hospitales y demás ámbitos de lo público
que al parecer haya en la pantalla chica?, ¿qué propone la academia
desde la comunicación social y la educación, para hacer un uso ético y
estético de este tipo de programas con criterios formativos?
Considero que así como los medios masivos
de comunicación convierten en mercancía las ilusiones y desengaños de la
gente, en ese simulacro de beneficencia que se difunde a través de la
televisión y luego se reproduce por calles y carreras, oficinas y
cafeterías a lo largo y ancho de la ciudad, es necesario que se piense
la manera de identificar ciertas estrategias, que de manera análoga
pueden servir para diseñar realities que eduquen a la gente.
Por mencionar un ejemplo, en lugar de alimentar entre participantes y
público la competencia por obtener una cirugía que la EPS les niega,
diseñar programas alrededor de la prevención de la enfermedad o el uso
adecuado del servicio de salud.
El reto es educar y entretener. Habrá que
pensar en las maneras de generar disfrute sin que sea a través del dolor
o la desgracia ajena. Los problemas económicos y sociales que rodean
este fenómeno de especulación mediática tendrán otros escenarios y otros
requerimientos de tipo político. A la academia le corresponde avanzar
en la reflexión y a los medios enfrentar su deuda ética, actitud que
cuando no es evasiva en la mayoría de los casos es desdeñosa.
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